domingo, 10 de agosto de 2008

Las pelotas de mis cumpleaños


Cuando éramos chicos, siempre estuvo esa idea fija en la cabeza. Nunca paré, hasta los 12 o 13 años, de esperar entre mis regalos a una pelota de fútbol. No sé por qué en mi inconsciente siempre habitó esa idea de encontrarme con quien fuera "mi mejor amigo momentáneo" aquel que llegara con un envoltorio circular, que delatara por su tamaño a esa sorpresa estelar ya develada de antemano. En todas sus expresiones me imaginaba que llegaría en la fecha de mi cumpleaños, aquel que entre platos de cartón llenos de la mejor comida que podía hacer mi mamá y entre tantos globos inflados durante la mañana, avanzara con sus dos manos en bandeja, cobijando sobre su piel a la bola envuelta en papel de sorpresa.
La carencia de ricachones en la familia y de tíos "bien parados" alimentaba mi esperanza en alguna madre de un compañero de la primaria o de un amigo de la cuadra que hubiera sido bendecida por un rayo ultrasónico que hubiera impactado en su cerebro, bajo la hermosa idea de comprar esa tan esperada pelota. Claro, las de plástico sobraban en el patio. De cuero gastado y con varias intervenciones quirúrgicas del bicicletero eran apenas una o dos números cinco en estado terminal, con el globito de la cámara asomando por tantos tajos, cuan órgano vital al aire libre.
El gozo de esa tarde que cambiara la historia de alguno de mis tantos cumpleaños siempre se hizo esperar y rogar. Por eso, las últimas fichas se ponían en alguna Navidad de atípicas chispas, frente a la evidencia de que para el día del niño el traje ya había quedado demasiado grande camino a la pubertad. Nunca me crucé con una Tango, Jalisco o esfera mundialista alguna. De las de segundo orden aparecieron esporádicamente por algún milagro. Resultó mejor conformarse con esas vetustas del patio, algunas cascos banana que se morían en un par de meses, ya deformadas. Y cada tanto se cruzaban los sablazos sangrientos de mi envidia por alguno de la cuadra que aparecía con una brillosa de cuero bajo el brazo. Había que resignarse a trabar una férrea amistad, casi por obligación. Los recuerdos se entrecruzan en aquellos cumpleaños donde se renovaba esa efímera esperanza conformable con un trato preferencial para quien ostentara una redonda nueva que estuviera dispuesto a cederla para un picado.
Vaya un tierno homenaje a la vieja y querida Pulpo que resistió muchos años estoica entre las demás, aguantando la quemazón de los veranos y la escarcha de los crudos inviernos.
Y vaya una caricia para aquellas pelotas armadas con medias, materia prima que encabezó el ranking de los regalos frecuentes de tantos cumpleaños.

1 comentario:

María Elena dijo...

Muy buena la producción de contenidos para el blog! Voy a pasar mas seguido.